FUENTE: EL PAIS
En el césped del número 52 de la avenida de la Constitución, en el Escorial, se planta arte. Margarita de Lucas y Antonio de Navascuás han cumplido uno de sus sueños 50 años después de abrir la primera Galería Edurne: crear un jardín de esculturas. Las obras de artistas nacionales e internacionales engalanan la propia residencia de estos pioneros españoles de la cultura contemporánea.
“El arte es una vivencia, no una posesión”, explica De Lucas ante una de sus obras expuesta al aire libre: tres pilares de hierro que sostienen un caos de edificaciones que parecen navegar en suspensión aérea. Son Las casas flotantes, de Fernando Suárez.. El Jardín de Esculturas nace de sus experiencias en el extranjero, al estilo del museo Insel Hombroich, en Alemania, o de la Galería Maeght, en Francia, donde el arte y la naturaleza se asocian en una simbiosis perfecta. La lluvia, el viento y el sol infunden aliento a unas esculturas que permanecerían inertes en un espacio interior.
De Lucas y De Navascuás apostaron desde el principio por artistas que hacían “algo diferente”. Recuerdan con pasión los grandes nombres del arte contemporáneo que han tenido colgados de sus paredes: Jordi Teixidor, Enrique Salamanca, Millares o Luis Gordillo, al que presentaron en el año 64, recién abierta la galería, cuando todavía nadie había puesto su mira en él. Pero también recitan los que ahora se muestran en su parque escultórico: Diego Canogar, Juan Ugalde, Marcela Navascuás o el japonés Yamaoka.
Los 50 años de galería han dado para mucho. De Navascués afirma que fueron la primera galería ecléctica de España. Apostaron por el arte cuando pocos lo hacían e incluso tuvieron que "untar" a un policía para que hiciera la vista gorda con las obras de acondicionamiento del primer local (un semisótano en el centro de Madrid). "Entonces las cosas funcionaban así", apunta. Vivieron buenas épocas, en los 60 y después también en los 80, pero califican como "milagro" el haber sobrevivido.
Ambos se muestran enfadados por el olvido al que está sometida la pintura, la escultura y la innovación cultural en general. “Ser artista es una heroicidad”, sentencia De Lucas. Sus críticas contra el sistema son firmes. La galerista se enerva al hablar de los fallos de base en la educación y en la sociedad: “Una cosa es la crisis en economía y otra el ostracismo al que nos están condenando”. Los datos no dejan muchas dudas de la devacle: las ventas de arte contemporáneo cayeron un 62% en 2012, según la publicación Artprice.
Quienes han paseado con Jorge Oteiza y convivido con Eduardo Chillida, ven con rabia e impotencia la huida de artistas nacionales hacia el extranjero en busca de un reconocimiento “impensable aquí”. “Es algo endémico en los españoles no saber reconocer nuestra valía”, se lamenta la también artista. De Navascuás habla de la crisis del arte, pero de una crisis consigo misma. Considera que el artista debe cuestionar continuamente la creación, el concepto, para no caer en convencionalismos monótonos y letales. “El resto” no lo llama crisis, sino “dejadez por parte de quien no tiene interés por nada que vaya más allá de lo práctico”.
De Lucas y De Navascuás apostaron desde el principio por artistas que hacían “algo diferente”. Recuerdan con pasión los grandes nombres del arte contemporáneo que han tenido colgados de sus paredes: Jordi Teixidor, Enrique Salamanca, Millares o Luis Gordillo, al que presentaron en el año 64, recién abierta la galería, cuando todavía nadie había puesto su mira en él. Pero también recitan los que ahora se muestran en su parque escultórico: Diego Canogar, Juan Ugalde, Marcela Navascuás o el japonés Yamaoka.
Los 50 años de galería han dado para mucho. De Navascués afirma que fueron la primera galería ecléctica de España. Apostaron por el arte cuando pocos lo hacían e incluso tuvieron que "untar" a un policía para que hiciera la vista gorda con las obras de acondicionamiento del primer local (un semisótano en el centro de Madrid). "Entonces las cosas funcionaban así", apunta. Vivieron buenas épocas, en los 60 y después también en los 80, pero califican como "milagro" el haber sobrevivido.
Ambos se muestran enfadados por el olvido al que está sometida la pintura, la escultura y la innovación cultural en general. “Ser artista es una heroicidad”, sentencia De Lucas. Sus críticas contra el sistema son firmes. La galerista se enerva al hablar de los fallos de base en la educación y en la sociedad: “Una cosa es la crisis en economía y otra el ostracismo al que nos están condenando”. Los datos no dejan muchas dudas de la devacle: las ventas de arte contemporáneo cayeron un 62% en 2012, según la publicación Artprice.
Quienes han paseado con Jorge Oteiza y convivido con Eduardo Chillida, ven con rabia e impotencia la huida de artistas nacionales hacia el extranjero en busca de un reconocimiento “impensable aquí”. “Es algo endémico en los españoles no saber reconocer nuestra valía”, se lamenta la también artista. De Navascuás habla de la crisis del arte, pero de una crisis consigo misma. Considera que el artista debe cuestionar continuamente la creación, el concepto, para no caer en convencionalismos monótonos y letales. “El resto” no lo llama crisis, sino “dejadez por parte de quien no tiene interés por nada que vaya más allá de lo práctico”.
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