miércoles, 11 de mayo de 2016

Fotonovela en La Fresh Gallery

Es difícil definir exactamente la fotonovela, porque, dentro de lo que llamamos “cultura popular” es quizá el subgénero más bizarro que existe, el hijo deforme de una pareja antinatura: el cine y el cómic. A través de la captura absurda y gratuita de fotos fijas de una acción, se articulaba ésta a través de viñetas, añadiendo bocadillos para los textos.

De esta manera se origina lo que, en principio, nació como un extraño método de recopilar escenas de una película (fotos con diálogos pegados encima), para convertirse poco después en un auténtico monstruo con lenguaje propio. Un editor visionario italiano, Domenico del Duca, tuvo la idea de comenzar a escribir guiones originales para personajes fotografiados, y se pasó de la cinenovela a la fotonovela, o “fotoromanzo”. Esta tremenda herejía tuvo lugar en Italia en 1947, y se extendió a Francia en 1949. Años más tarde teníamos fotonovelas en España, América latina, Canadá y África.

Las fotonovelas narraban historias románticas, con grandes traiciones, pasiones desenfrenadas y truculentos enredos. Me gustaría tan sólo mencionar un ejemplo que me atrae particularmente, el trabajo de José G. Cruz, el creador del mito fotonovelístico de El Santo, el enmascarado de plata. Olvido y Mario son auténticos fans del personaje, y en estas fotonovelas suyas demuestran conocerlo sobradamente. El Santo luchaba contra el mal y enamoraba a las mujeres no por su musculatura, sino por su indómita caballerosidad. Precursor del mundo de los superhéroes, El Santo inaugura una nueva etapa de la Cultura popular, y quizá sea el culpable de que, actualmente, no podamos ir al cine sin encontrarnos con alguno de sus hijos bastardos.

El éxito de las fotonovelas se derrumbó a partir de 1980 y ha sido sustituido por las series de televisión y las telenovelas, basadas en los mismos elementos que las fotonovelas. Ahora son poco más que fósiles de un mundo prehistórico y demencial. Sin embargo, precisamente por eso, resultan fascinantes. Al igual que los dinosaurios, las fotonovelas nos cautivan porque no nos podemos creer que existieron, y que en algún momento de nuestro desarrollo intelectual (como especie), aquello hubiera tenido algún sentido. 

Desde que conozco a Olvido hemos coincidido en gustos y sabores. Intercambiábamos cromos de las Garbage Pal Kids (la Pandilla Basura se llamaba aquí) en el rastro, consumíamos películas de Herschell Gordon Lewis cuando no estaba de moda y nos dejábamos detener por la Ertzaina en el Hippys, un antro de la Palanca de Bilbao que nos atraía por su carácter extremo y decoración aberrante. Éramos víctimas de una enfermedad incurable: el culto a lo absurdo, lo negro, lo indefendible. Lo feo era bonito si resultaba gracioso, y anhelábamos su presencia como hidromiel en los labios, hartos del pensamiento correcto, de la pretenciosa intelectualidad alienante que reinaba en aquella época. Lo curioso es que nada ha cambiado. Todo sigue siendo igual de decepcionante, y la risa sólo se encuentra en aquello que te da miedo (o vergüenza) pensar.

No puedo más que celebrar este delirio de creatividad, el resurgimiento de la fotonovela en su versión más colorista y kitsch en manos de un grupo de personajes (o un grupo de superhéroes) que han conseguido el status ideal, la máxima aspiración, la más profunda de las ambiciones, a saber: ser dignos de aparecer en una fotonovela.

Texto: Alex de la Iglesia

FOTONOVELA
Lugar: Galería La Fresh Gallery.
Dirección: Conde de Aranda, 5, Madrid.
Fecha: del 26 de mayo al 15 de julio de 2016
Comisaria: Topacio Fresh

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