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miércoles, 14 de diciembre de 2016

Fran Ramírez 'La venganza de la Reina Ana' en la galería Fúcares hasta el 7 de enero de 2017

A poco que se tenga una conversación templada con Fran Ramírez (Herrera, 1984) se pueden obtener muchos datos de su biografía y de su personalidad. Como que es un tipo distendido, de buena conversación, generoso y risueño. Un artista en potencia, o así se define. Afirma odiar los caminos prefijados, lo que conforma un currículum como estudiante de lo más variopinto, en el que los capítulos fueron quedando abiertos a conciencia. Ya como profesional, siente predilección por Erró, aunque en su pueblo lo vean más como un cruce entre Andy Warhol y Roy Lichtenstein. No obstante, él mismo reconoce que las influencias son mucho más cercanas: desde el Miki Leal pintor –que para eso ambos son sevillanos, y que no por casualidad nuestro protagonista fue elegido para formar parte de la colectiva Que vienen los bárbaros (CAS, 2012), con la que Ignacio Tovar y Sema D’Acosta se planteaban lo que había dado de sí el arte andaluz algunas décadas después de Sala de Estar y The Richard Channin Foundation–, y el Francisco Casas dibujante. También se puede aducir que trabaja mucho y rápido, pero que, sin embargo, jamás le ha dedicado más de 24 horas seguidas a una obra, aunque éstas han podido verse esparcidas en el tiempo unos cuantos años –como le ocurrió con el retrato de Abraham Lincoln de Bipolar Express–, punto este que comparte con otro de sus pintores fetiche, el belga Luc Tuymans. Que se confiesa ser un géminis puro, con las consecuencias que conlleva ser un géminis puro (Sí: hace unas líneas leyeron la palabra “bipolaridad”). Que es un forofo de los videojuegos y que el Assassins Creed puede ser una fuente de inspiración tan válida como Charles Dickens, en el que reparó para dar título a su muestra Copperfield, en una de sus primeras comparecencias públicas. Remataré diciendo que su pulso es bueno si la superficie sobre la que trabaja es rígida, de forma que para los grandes formatos tiende a desmo ntar los bastidores para sentirse más o menos cómodo con el trabajo ejecutado. 

Todos estos datos, que podrían resultar más o menos triviales para conformar la biografía de otro creador, es fundamental que sean puestos en primerísimo primer plano –que diría un cineasta– para hablar de Fran Ramírez. Porque hay pocos artistas en los que vida (diaria) y obra se contaminen y confundan. Una libreta de las de toda la vida sirve para recoger las anécdotas del día a día, y, allí, ojeando la ultima, uno puede dar con aquel dibujito resultado del atropello que estuvo a punto de experimentar paseando por la Gran Vía en uno de sus últimos viajes a Madrid. Porque todo lo que pasa por delante de los ojos y la atención de Ramírez es susceptible de convertirse en motivo de alguno de sus cuadros o bocetos. Reparen por ejemplo en el título de la muestr a con la que por primera vez entra en una galería, la de Fúcares en Almagro: La venganza de la Reina Ana. Ese fue el nombre del barco de Barbanegra (Ramírez siempre se ha identificado con los héroes caídos en desgracia, con los malos del cuento que, además de rebeldes, el mundo les hizo así). Barco, que el pirata robó a los franceses (que a su vez se lo habían levantado a los ingleses) y que rebautizó en honor de la soberana británica por la que debía de sentir gran devoción. 

Mucho se ha hablado de la influencia del cómic, de la baja y la alta cultura (de las frases populares y los chascarrillos infantiles a las citas de los grandes filósofos), también de las nuevas tecnologías y la pornografía en la obra de Fran Ramírez. Todo ello continúa en este trabajo reciente en el que lo más significativo sería el salto y asalto al color, en composiciones heterogéneas en las que el autor se va distanciando cada vez más de aquellas imágenes bidimensionales en blanco y negro de los comienzos en las que los motivos los aportaba lo registrado por su cámara fotográfica. También la del móvil. Ahora, su lente es la memoria, aunque los protagonistas sigan siendo amigos o “conocidos”. 

Como ese cerdo de Davy Jones, la pieza más monumental de la exposición, que se vuelve a repetir en el lienzo vertical que da título a la muestra, y con más motivo sí cabe. Un cochino, éste, que tiene nombres y apellidos. Porque cada pieza que sale de la factura de este creador esconde una viva historia personal. Tiremos de nuevo de anécdota: No hará mucho que un chaval del pueblo de Ramírez le conminó a abandonar la pintura. “Si no ganas dinero con el arte no puedes decir que seas artista”, le espetó. Zapatero a tus zapatos, y los tuyos, debió pensar este individuo, son los que calza tu padre, que durante años se ha dedicado a lo de pintar, pe ro con la brocha gorda. Ni corto ni perezoso, y sin necesidad de enzarzase en una conversación estéril, Ramírez tiró por la calle de en medio. Y se le ocurrió recuperar esos trapos de años y años que su progenitor utiliza para cubrir superficies cuando lleva a cabo su labor y no manchar estancias u objetos delicados, los cuales llevan impregnadas mil correrías en su naturaleza de drippings no intencionados. Sus fondos, trasladados al lienzo, son ahora los de algunas de las piezas de la muestra. Esta es la manera sutil que tiene Ramírez de responder a su interlocutor. Porque la venganza siempre se sirve fría. Y lo que fuera material de humilde trabajador es ahora soporte de obras de arte que cuelgan en las paredes de una galería. Ni que decir tiene que ese gocho que pasta en la escena tiene nombre. Porque, bien es sabido, no conviene echar de comer margaritas a los cerdos. 

En otro orden de cosas, Ramírez sigue siéndole fiel a las premisas que han ido configurando un estilo basado en buena parte en el autodidactismo, la ilusión y la reflexión, y que, a partes desiguales en su coctelera mental, ha dado pie a un proyecto vital con dos décadas de historia, aunque sus posibilidades de asomar la cabeza hayan sido menos: la multiplicidad de técnicas (óleo, acrílico, rotulador...) y soportes (tela, trapos, papel...); la mezcla de grandes iconos de la Historia y los mass media (Lincoln, Caravaggio, Isabel II, Churchill...) y personajes cercanos más o menos metamorfoseados; referencias a la publicidad, que se acomodan a los referentes de la Historia del Arte (como la pietà miguelangelesca que deja de un lado la fe para sustituirla por el logo de Fedex); la introducción de t extos y tipografías en una maravillosa ensalada de conceptos (Sic semper Coca Cola; Kennedy is Killed by Sniper...); la contaminación de los vídeo-juegos, del cine de aventuras (no podía faltar La Guerra de las Galaxias), del cómic (del clásico del oeste al manga más actual)... Escenas en las que todo se descontextualiza para dar pie a nuevos mensajes en los que las disposiciones renuncian a una jerarquía precisa y donde el detalle se puede convertir en punto de fuga. Justo allí, el color refuerza conceptos o funciona como “inhibidor de frecuencia”. 

¿Recuerdan cómo al principio les anuncié que todo en los cuadros y dibujos de Ramírez tiene un motivo y tiene un porqué? También la Reina Ana cuenta con un referente de carne y hueso, lejos de los libros de Historia. Pero esa, y valga la redundancia, es otra historia que tendrán que preguntarle ustedes mismos al artista. De igual forma que tendrán que preguntarse a sí mismos por la pertinencia de cada motivo en sus obras. De nada servirá ser un receptor pasivo. Permanezcan atentos a sus pantallas, que son sus lienzos. Esta conversación (o recuerdo) puede estar siendo grabada. Sobre todo si su interlocutor es Fran Ramírez. Ríete tú del Gran Hermano. 

Texto: Javier Díaz-Guardiola. Periodista, crítico y comisario de exposiciones. En la actualidad es coordinador de la sección de arte, arquitectura y diseño de ABC Cultural, la revista cultural del diario ABC, y responsable del blog de arte Siete de un Golpe


Fran Ramirez La venganza de la Reina Ana 
Lugar: Galería Fúcares-Almagro, San Francisco 3, Almagro
Fecha: del 22 de octubre de 2016 al 7 de enero de 2017
web: www.fucares.com

martes, 28 de junio de 2016

José Medina Galeote en la Galería Fúcares Almagro

Augsburgo-Almagro / Almadén-París es una revisión de la Historia a través de las microhistorias, de episodios que, al poner el foco sobre ellos y relacionarlos, adquieren una nueva dimensión. Éste es un proyecto heredero de la exposición Guernica-AlexanderPlatz, desarrollada por José Medina Galeote y Juan Francisco Rueda en la Galería Isabel Hurley en 2014 (septiembre-noviembre). A diferencia de aquella, en ésta no se tensiona el relato historiográfico con microhistorias cercanas a la leyenda, con acontecimientos no tomados en consideración y que desde los márgenes de la Historia revelaban zonas obscuras o intencionadamente inadvertidas. Desde la práctica art&iac ute;stica y el comisariado, en un ejercicio a cuatro manos, se trazaba un nivel en el que esos episodios, convenientemente enunciados desde la fabulación, adquirían una condición resbaladiza que sumía al espectador/lector en un incierto espacio entre la verdad y la ficción. En esta ocasión no se pretende poner en cuarentena el relato histórico asumido como real o único, ni siquiera tensionarlo revelando pormenores novelescos, sino bucear en distintos episodios alejados en el tiempo que tienen como elemento, ya sea principal o secundario, al mercurio de Almadén. Éste se convierte en una suerte de eje intemporal desde el cual ver idas y venidas de la Historia. El mercurio sirve para trazar una cartografía, para fijar una constelación de emplazamientos que actúan como figurados vértices de un escenario en el que la suma de acontecimientos inconexo s o separados por siglos, adquieren, en el encuentro inesperado de es te espacio de reconstrucción —o de rescritura— que es la exposición, un nuevo sentido, o cuanto menos, nuevas perspectivas.

Augsburgo-Almagro / Almadén-París. Flujos e idas y vueltas nace de la oportunidad de desarrollar una exposición en la histórica Galería Fúcares de Almagro. Precisamente, el nombre de la galería y la ubicación funcionan como detonantes para el desarrollo que toma la propia propuesta. Fúcares es la castellanización del apellido Fugger, dinastía de banqueros alemanes, radicados en Augsburgo, que prestaron apoyo económico para la llegada al trono de Carlos I en 1516. A cambio, el nuevo monarca español concedía a los banqueros alemanes, entre otras muchas concesiones, el preciado negocio del mercurio de las minas de Almadén. Los Fugger, con la incorporación del azogue , ampliaban su emporio minero. Esta concesión llevaría a fijar en la vecina Almagro el centro de operaciones y distribución. Este movimiento ya implica un flujo, el de la salida de una de las fuentes de riqueza para la llegada de un nuevo monarca que, en su propia figura, condensaba distintas tensiones territoriales —una más de las muchas cartografías que se deslizan en este flujo histórico ahora recreado. No podemos obviar cómo las minas de mercurio jugaron, durante ciertos periodos de nuestra Historia, un papel de arma de represión y castigo, ya que se enviaba a trabajar en ellas a muchos condenados y se represalió a la etnia gitana con el obligatorio trabajo en ellas. El flamenco, como memoria del pueblo calé, lleva marcado aquel episodio con la musicalidad de la toná: Los gitanitos del Puerto, / fueron los más desgraciaos, / que a las minas del Azogue, / se los llevan sent enciaos. Esto es, cómo el poder y la riqueza de los Estado s se asientan en demasiadas ocasiones sobre el dolor y la injusticia de sus ciudadanos, que adquieren, más que nunca, la condición de súbditos.

Frente a ese itinerario que lleva de Augsburgo a Almagro, también con el mercurio como elemento esencial, se traza otro, en parte, contrapuesto: Almadén-París. Muchos de los bienes y de las riquezas nacionales sufrieron a lo largo de los siglos procesos administrativos que hicieron que fueran explotados y comercializados por empresas extranjeras. La llegada de la II República vino a nacionalizar muchos de ellos, especialmente los estratégicos. Cuatro siglos más tarde, en 1937 y en plena Guerra Civil, el preciado mercurio de Almadén (suponía aproximadamente un tercio de la producción mundial) era una de las principales fuentes de riqueza del país y la más importante en manos del gobierno republicano. Tanto fue así que, desde su origen, el proyecto del Pabell&oac ute;n de la República en París contaba con la presencia de una fuente de mercurio de Almadén. Ésta iría acompañada, en otro nivel del edificio de Lacasa y Sert, de paneles informativos y de los tan característicos fotocollages que Josep Renau creó para, además de ilustrar la importancia del mismo y de otros bienes y aspectos de la cultura española, poner en valor la causa republicana. La presencia del mercurio no sólo buscaba actuar como refuerzo de la propia República, sino que intentaba evidenciar cómo su valor estratégico había hecho que, en plena carrera armamentística, la Alemania nazi hubiera apoyado al bando nacional para, de ese modo, poder acceder al mineral, tal como ocurría con otros minerales que desde la Península tomaban el camino del país germano, como el wolframio. Tras un proceso complejo y tras desestimar la fuente prevista, absolutamente extemporánea para con el lengu aje del conjunto y para con la visibilidad de la misma ante Guernica de Picasso, finalmente y contraviniendo una de las normas del comisariado del pabellón, es encargada a Alexander Calder, quien creó una pieza absolutamente icónica que pronto, por lo que tenía de hipnotizador el proceso por el que el líquido plateado iba cayendo de bandeja en bandeja, se convirtió en una de las grandes atracciones del pabellón español. Los 200 litros que viajaron de Almadén a París actúan, entonces, como episodio —digamos— contrapuesto al de Carlos I, aunque, en esencia, remiten a un mismo escenario: el del control del mercurio como estratégico aval. Asimismo, estos flujos e idas y vueltas, en tiempos distintos, revelan cómo, con el mercurio como elemento de fondo, el país estuvo en juego y cómo se basó parte de su proyección exterior.

La pintura de José Medina Galeote, que bien podría ser llamada topográfica, permite recrear numerosas cartografías en las que se realzan muchas de las poblaciones que emergen como hitos en este cruce de episodios históricos, como puertos de salida, destino y llegada. Su estética y estrategia, tan volcadas al camuflaje, adquiere en proyectos como éste un indudable sentido semántico, como suerte de juego de ocultación/revelación de microhistorias que se resignifican al ser confrontadas. Asimismo, Medina Galeote ha creado en esta ocasión un código cromático en clara alusión al color del mercurio, al tiempo que, además de introducir la figuración de una manera más rotunda que en otros proyectos, ha imprimido a su tradicional vocab ulario un dinamismo que cabe ser relacionado con el fluir del mercurio, el del propio mineral, como vemos en la fuente de Calder, como los flujos históricos que provoca su explotación, comercialización e interesado uso político.

Como en Guernica-AlexanderPlatz, y atendiendo a la propia historia del arte, el creador parafrasea varios hitos artísticos que aquí adquieren el rol de elementos protagonistas. Serían los casos de la propia fuente del pabellón español, de este edificio o de un tapiz del siglo XVI de un conjunto que narra la vida de Mercurio. Éste, además, abre un nuevo ámbito en el que visibilizar esas idas y vueltas. El tapiz, que se parafrasea pero se modifica para, aprovechando su consagración a Mercurio, introducir la figura de Carlos I, ejemplifica el comercio de la lana castellana, enviada por puertos como el de Bilbao a Flandes para su transformación en suntuosos tapices que, de vuelta en España, se incorporaban al patrimonio. Pero ése es otro flujo, otra mi crohistoria, y debe ser contada en otra ocasión.

Texto:  Juan Francisco Rueda, Comisario de la exposición.

Augsburgo-Almagro / Almadén-París. Flujos e idas y vueltas
Lugar: Galería Fúcares-Almagro, San Francisco 3, Almagro
Fecha: del 25 de junio al 15 de octubre de 2016
web: www.fucares.com

jueves, 29 de mayo de 2014

Jonathan Hammer "Crypto"


¿Qué ocurre cuando se apagan las luces? El mundo de la infancia es también el mundo de las pesadillas. ¿Son ositos de peluche o monstruos? ¿Planetas o canicas? ¿Y quién es ese caballero de brillante armadura,… un amigo o un enemigo? ¿Qué ocurre “después de clase”, cuando llega el momento de hacer frente a la noche, de dormir, de adentrarnos en los sueños, abandonado ya nuestro cuerpo?

"Mi interés por los juguetes, payasos y monstruos no remite directamente a la infancia", declara Jonathan Hammer, "lo que realmente me fascina es la intensidad de los valores que depositamos en estos objetos e imágenes. Una muñeca o un peluche son algo "que amamos profundamente". Adoramos a ese juguete, y lo maltratamos. Lo abrazamos, y lo asesinamos. Al igual que el payaso, inocente y amenazador a la vez, los juguetes son alternativamente víctimas y verdugos. Son malévolos. Se transforman en monstruos cuando se les quiere demasiado. Y, sin embargo, estos monstruos también nos hacen entusiasmarnos y estremecernos: nos encanta la excitación y los escalofríos que nos provoca el temor ".

"Crypto", la quinta exposición de Jonathan Hammer en la Galería Fúcares de Madrid, aborda estos temas –el miedo y la excitación, el amor y la repulsión– con una iconografía sutil y sensible, elegante y provocadora. Las técnicas artesanales utilizadas por el artista, como el trabajo en porcelana o la marquetería con cuero, atraen al espectador y le guían a través de ese pacífico mundo de violencia, refinamiento absoluto y pesadillas.

Lo que subyace bajo la piel del adulto, ya civilizado, es la pérdida de la infancia. Lo que se revela podría ser lo que está, obviamente, oculto y encriptado: la circulación de la sangre, lista para derramarse. La metamorfosis de la vida.

Jonathan Hammer nace en Chicago en 1960. En 2003 se traslada a vivir a España, continuando su carrera en galerías y museos de Estados Unidos, México, Europa y Japón. Entre sus últimas exposiciones figuran las realizadas en Salon Vert, Komoro (Japón), Miyako Yoshinaga Gallery de NY o Rebecca Ibel en Ohio. Sus obras se encuentran en muchas de las mejores colecciones públicas y privadas, como las del MOMA de NY, Hammer Museum de Los Angeles, San Francisco Museum of Modern Art, Whithney Museum. Colección Jumex, México DF, Bernardaud Foundation, de Paris, la Fundacion Pilar i Joan Miro o Khalili Family Trust, Londres.

La galería Fúcares presenta “Crypto”, la quinta exposición individual de Jonathan Hammer en su espacio de Madrid. La muestra puede visitarse del 24 de mayo al 26 de julio de 2014.

jueves, 9 de enero de 2014

Álvaro Laiz en la galería Fúcares


Álvaro Laiz, Wonderland. Los extraños habitantes del Delta Amacuro, en la galería Fúcares de Madrid.
Durante el Neolítico Medio el ser humano colonizó los bosques pantanosos del Delta del Orinoco. Un laberinto de manglares impenetrables y zonas anegadas que desde hace milenios ha sido el refugio de una de las últimas tribus originarias de Sudamérica. Los Warao.

Antes de la llegada de los conquistadores españoles, el Delta era un universo poblado por extrañas y poderosas fuerzas llamadas hebus. Los chamanes eran considerados los mediadores entre el mundo sobrenatural y el de los humanos pero no eran los únicos. Los Tida-Wena o transgénero disfrutaban de una consideración especial debido a su doble naturaleza, llegando en ocasiones a desempeñar el papel de chaman o wisiratu.

Durante ocho mil años el espíritu de los Hijos del Río ha sobrevivido en un universo paralelo, ajeno al paso del tiempo, pero la pérdida de su identidad cultural y la altísima mortandad provocada por la proliferación sin precedentes de enfermedades como el sida y la tuberculosis siembran serias dudas sobre su futuro.

Aisladas en lo más profundo de los pantanos del Delta pequeñas comunidades warao subsisten de la misma forma que sus antepasados. Allí aún es posible vislumbrar por un segundo aquel mundo regido por espíritus antes de que desaparezca del todo. La pervivencia de ciertos ritos animistas y la inclusión de la comunidad transgénero en la sociedad warao quizá sean los últimos vestigios de estas tradiciones precolombinas, nunca antes documentadas visualmente.

Álvaro Laiz "Wonderland"
Hasta el 29 de enero de 2014
Galería Fúcares, Madrid