La Galería Elvira González inauguró ayer, 6 de noviembre, la
exposición La Forma Roja del pintor Esteban Vicente (Turégano, Segovia, 1903 –
Nueva York, 2001). Una selección de obras realizadas entre 1955 y 1995.
La Forma Roja recoge una veintena de obras
donde una mancha o punto rojo equilibra y ordena el cuadro. Desde Abstract
Female de 1955-58 hasta los últimas obras de 1997, Esteban Vicente, artista que
empezó en el realismo académico, influenciado posteriormente por el cubismo
francés y que evolucionó en Estados Unidos dentro del expresionismo abstracto,
mantuvo a lo largo de su obra un deseo de equilibrio y perfección formal que
contrasta con el gesto libre y suelto propio del action painting de los años
50, 60 y 70, años en los que desarrolló su carrera. A partir de la década de
los 80, Esteban Vicente se volvió más nostálgico, pero nunca perdió su interés
en componer la obra a través de grandes formas y masas de color.
Como el mismo artista declaró en múltiples ocasiones, los
bodegones y naturalezas muertas españolas del siglo XVII, la pintura cubista de
Juan Gris y los collages de Kurt Schwitters fueron influencias notables al
comienzo de su carrera como pintor. De estas fuentes bebe Esteban Vicente a la
hora de componer una pintura. La Forma Roja, nos muestra cómo el artista
utiliza una masa de color preponderante en la composición para equilibrar y
calibrar la obra.
A través de esa nota en tonos rojizos, presente en todas las
obras seleccionadas, esta exposición revela una parte de la trayectoria
artística de Esteban Vicente que, aunque español, realizó toda su carrera en
Nueva York. Al comenzar la guerra civil española, en 1936, el artista se
traslada a la ciudad de los rascacielos y entra en contacto con los principales
representantes del movimiento en el que se enmarcaría su obra, el expresionismo
abstracto.
Gracias a su pertenencia a dicha corriente, la obra de
Esteban Vicente evoluciona hacia una auténtica madurez artística. De este modo,
en sus obras de los años 50 y 60 la figura desaparece y se ve sustituida por
signos y grandes manchas de color con materia muy empastada en la estela de la
pintura de su amigo Willem de Kooning. El maestro segoviano consolida un estilo
personal e inconfundible, a base de armonías cromáticas vibrantes, sobre
estructuras vagamente geométricas o bien evocadoras de los paisajes más
realistas con los que había iniciado su trayectoria.
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