El próximo 12 de junio inaugura Eugenio Merino su primera
exposición en la galería Unix de Nueva York (unixgallery.com). La
muestra titulada Always Shameless, podrá visitarse hasta el 12 de julio. Para ilustrar la exposición e imbuirnos en el universo de Merino, incluimos un magnífico texto de Peio Hernández de Riaño, que nos ha facilitado el propio artista:
¿Quién dijo que George W. Bush no medita? Hemos hecho de la realidad el mayor de los convencionalismos y todo lo que desborde sus límites no es posible. Pues George W. Bush medita y cuando se descalza deja ver unos calcetines con un fantástico estampado de la bandera. El público se encontraba de esta guisa con el ex presidente de los Estado Unidos al entrar en la sala, en la que se presentaba la muestra Esculturismo. La exposición era una colectiva de más de una docena de artistas, distribuidos en dos plantas, pero la primera impresión debía dislocar de un golpe al recién llegado.
El visitante debía entender que entraba en un reflejo del mundo real, en el que la ironía distorsionaba las convenciones. A primera vista, no se trataba de un discurso épico ni sublime, no eran materiales nobles como el mármol o el bronce. Fibra de vidrio, plásticos, resinas y poliéster a partir de un icono popular, un ídolo masivo, un enemigo archiconocido, una imagen televisada. Una enmienda a la conciencia; en la ironía –accesible y picante- está la trampa.
Al otro lado del teléfono contesta Eugenio Merino: “Debes ponerte al nivel de la publicidad y ofrecer algo que se lea rápido”. Algo inmediato y directo, como un combate de boxeo sentenciado por KO. Un golpe sin posibilidad de respuesta, sin margen a la duda.
La publicidad es eso, como lo son los relatos a los que se refería Julio Cortázar: ráfagas de impactos que tratan de imponerse unos a otros.
Lo más curioso de Eugenio Merino es que mantiene una relación con el público similar a la de los publicistas y los escritores. Mientras que los pintores y los músicos disponen de un lenguaje que se encierra en sí mismo y se hace exclusivo, Merino, como los escritores, poetas y publicistas, utiliza un lenguaje que pertenece a la comunidad de la que forma parte. Muchos pueden decir que no entienden de pintura o de música, pero quién se atreve a asegurar que no entiende su propia lengua.
“Mi lenguaje es la prostituta universal a la que he de convertir en una virgen”, escribió Karl Kraus. Trabajar en la misma frecuencia lingüística, visual e icónica que sus coetáneos aclara un rasgo decisivo de su persona: Eugenio Merino no actúa porque crea que tenga algo importante que compartir con el mundo, sino porque tiene miedo al silencio. Teme pasar inadvertido y convertirse en otra forma silenciada por el poderoso. El ruido molesta, el arte molesta. El artista es ruidoso y Merino lo es.
En 2012 mostró a los españoles la falta de madurez democrática de sus instituciones, todas politizadas, cuando sufrió uno de los más escandalosos ataques contra la libertad de expresión que ha sufrido este país desde que murió el dictador Francisco Franco. Nuestro artista nació unos meses antes de su fallecimiento. Hace dos años, como decimos, la feria de arte contemporáneo ARCO se desvinculó de los ataques que recibió Merino por exhibir a Franco metido en una máquina de refrescos.
Efectivamente, el golpista estaba tan vivo como vaticinaba aquella polémica pieza. El artista fue amenazado a través de su galería, fue denunciado por una fundación que vigila por la memoria del dictador y que consideraba que aquel muñeco suponía una grave lesión del honor del fallecido hace casi cuarenta años.
En las horas siguientes a la exhibición de Always Franco en ARCO se pudo comprobar que, efectivamente, el siniestro personaje estaba fresco como una lechuga. El ala más conservadora de la política no fue capaz de asimilar el inocente y envenenado juego, pero tampoco el sector del arte estuvo a la altura. La capacidad de aquella obra para absorber toda la atención mediática suscitó también el malestar en el resto de galeristas, que creyeron ver en el alboroto periodístico un mal augurio para sus negocios, en uno de los peores momentos económicos del país.
Dos años después, la justicia ha respaldado la libertad de expresión de Merino en dos juicios en los que ha tenido que defenderse de las demandas de la fundación que ya hemos citado. Dos ediciones de ARCO después, el galerista del artista ha obedecido a las presiones de la organización de la Feria, y la presencia de Merino ha quedado reducida a la nada, a pesar de que aquel Franco no era más que la primera piedra en el plan de mostrar el hartazgo mundial por la clase política: “Si hay una clara crítica es a nuestros gobernantes,
que se han alejado por completo del interés común”, explica el artista.
Efectivamente, el golpista estaba tan vivo como vaticinaba aquella polémica pieza. El artista fue amenazado a través de su galería, fue denunciado por una fundación que vigila por la memoria del dictador y que consideraba que aquel muñeco suponía una grave lesión del honor del fallecido hace casi cuarenta años.
En las horas siguientes a la exhibición de Always Franco en ARCO se pudo comprobar que, efectivamente, el siniestro personaje estaba fresco como una lechuga. El ala más conservadora de la política no fue capaz de asimilar el inocente y envenenado juego, pero tampoco el sector del arte estuvo a la altura. La capacidad de aquella obra para absorber toda la atención mediática suscitó también el malestar en el resto de galeristas, que creyeron ver en el alboroto periodístico un mal augurio para sus negocios, en uno de los peores momentos económicos del país.
Dos años después, la justicia ha respaldado la libertad de expresión de Merino en dos juicios en los que ha tenido que defenderse de las demandas de la fundación que ya hemos citado. Dos ediciones de ARCO después, el galerista del artista ha obedecido a las presiones de la organización de la Feria, y la presencia de Merino ha quedado reducida a la nada, a pesar de que aquel Franco no era más que la primera piedra en el plan de mostrar el hartazgo mundial por la clase política: “Si hay una clara crítica es a nuestros gobernantes,
que se han alejado por completo del interés común”, explica el artista.
Así llegamos a Always Shameless, donde ajusta cuentas con todos esos gobernantes, que con votos y sin ellos, han roto con los ciudadanos a los que representan para convertirse en unos sinvergüezas. En esta nueva serie sobre el hartazgo de la corrupción política, remata la figura de Vladimir Putin, Georges W Bush (menuda fijación), Fidel Castro, Mao Zedong y Kim Jong-Il. Todos ellos bajo la misma línea de incorrección política. Poliéster, resinas, pelo humano, ojos de cristal y trajes cortados a medida.
El tono implacable de estos nuevos personajes responde a la actitud del que no pide permiso para actuar. Sí, podemos decir que Eugenio Merino tampoco tiene vergüenza.
Aunque sí algo más de conciencia autocrítica que los protagonistas de este pasaje. El arte también tiene sus responsabilidades en el refuerzo de la democracia, porque la refuerza en el cuerpo a cuerpo con sus límites.
Por eso, decir que el arte es una manifestación personal no quiere decir que sea un acto de expresión personal. La experiencia que el artista encarna en la obra de arte corresponde a una realidad común de todos los hombres: solamente le pertenece porque ha sido percibida por un punto de vista que nadie más puede tener. Dado que ha sido el primero en descubrirla, es su deber compartirla con los demás. Es el deber que Merino acepta.
Always Shameless presenta a tipos perversos sin responsabilidad con la sociedad que dirigen. Ninguna vergüenza. Le gusta abusar de la falsa ingenuidad del montaje –dentro de la máquina de Coca-Cola, que les hace ser inmortales, para desengañar. Ingenuidad, no frivolidad. Esto no es cosa de broma o no exclusivamente. Porque sólo cuando el arte pierde su aura, se hace risible y logra el desenmascaramiento. Un gag para rodear lo asumido, lo convencional, un toque de inteligencia y la propaganda oficial se desmorona.
Eugenio Merino cuestiona los convencionalismos sin vergüenza, porque la catarsis no se produce, propiamente, en las obras de arte, sino en las ceremonias religiosas, en el fútbol, las películas malas, los conciertos pop y las concentraciones alentadas por el sentimiento patriota. Adopta el mecanismo de cualquiera de estos fenómenos de masas para comunicar en su misma frecuencia con una alteración irónica, que le hace abandonar la épica y la sublimidad, con toda la naturalidad del plástico. La experiencia irónica no es una experiencia íntima, es compartida. Por eso las piezas de nuestro artista necesitan airearse a
la vista pública y quedarse con las portadas de las revistas y los periódicos.
Como buen sin vergüenza, no es tímido en sus formas –todo lo contrario- es explícito, evidente y franco. Esa es la consecuencia de mostrarse como un artista de acción. “La gente piensa que para no tocar fondo hay que planificar algo. Y lo que yo digo es: la única forma de no tocar fondo es hacer algo. Y hacer algo es, evidentemente, lo opuesto a planificar algo. Planifican los tímidos y mientras tanto el mundo se va haciendo
torpemente; la Historia y la Geografía avanzan gracias a los que se pringan hasta arriba, a
los que tienen huevos”, escribe el dramaturgo argentino Rodrigo García.
Merino se dedica a mostrar las cosas que quedan sin hablar, los agujeros negros a los que no se quiere mirar. Actúa contra el silencio de los cerebros, de la palabra institucional, de la nota oficial. Lucha contra la amnesia visual y la narcotización de la mirada con la provocación. Como esos las dos pequeñas e inquietantes figuras de Kim Jong-il y Kim Jong-un, saludando a la nada, en un claro tono tragicómico: la familia de maníacos, extravagantes y crueles. The Munsters de Corea del Norte, que destapan la atracción del artista por Juan Muñoz o el Dictador de Charles Chaplin.
El genio es la negación de la normalidad cotidiana. Sus obras son la manifestación patente de esa negación. Por eso el genio de Merino se expresa libremente, porque no está sometido a mediaciones. Su obra le define, porque el genio es “ingenuo”. Todo lo contrario a nosotros, cínicos determinados por pautas y reglas, por los convencionalismos. El ingenuo no tiene vergüenza, porque llega a límites más allá de los arquetipos. Merino no tiene vergüenza.
la vista pública y quedarse con las portadas de las revistas y los periódicos.
Como buen sin vergüenza, no es tímido en sus formas –todo lo contrario- es explícito, evidente y franco. Esa es la consecuencia de mostrarse como un artista de acción. “La gente piensa que para no tocar fondo hay que planificar algo. Y lo que yo digo es: la única forma de no tocar fondo es hacer algo. Y hacer algo es, evidentemente, lo opuesto a planificar algo. Planifican los tímidos y mientras tanto el mundo se va haciendo
torpemente; la Historia y la Geografía avanzan gracias a los que se pringan hasta arriba, a
los que tienen huevos”, escribe el dramaturgo argentino Rodrigo García.
Merino se dedica a mostrar las cosas que quedan sin hablar, los agujeros negros a los que no se quiere mirar. Actúa contra el silencio de los cerebros, de la palabra institucional, de la nota oficial. Lucha contra la amnesia visual y la narcotización de la mirada con la provocación. Como esos las dos pequeñas e inquietantes figuras de Kim Jong-il y Kim Jong-un, saludando a la nada, en un claro tono tragicómico: la familia de maníacos, extravagantes y crueles. The Munsters de Corea del Norte, que destapan la atracción del artista por Juan Muñoz o el Dictador de Charles Chaplin.
El genio es la negación de la normalidad cotidiana. Sus obras son la manifestación patente de esa negación. Por eso el genio de Merino se expresa libremente, porque no está sometido a mediaciones. Su obra le define, porque el genio es “ingenuo”. Todo lo contrario a nosotros, cínicos determinados por pautas y reglas, por los convencionalismos. El ingenuo no tiene vergüenza, porque llega a límites más allá de los arquetipos. Merino no tiene vergüenza.
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